viernes, 12 de julio de 2013

El orador mañanero



El Rincón  de Santiago
RAFAEL CARELA RAMOS

Santiago de Cuba  acuna en su seno a personajes singulares; unos más conocidos, otros menos, pero  todos marcados por singularidades, que los hicieron o hacen recordar con agrado por generaciones de santiagueros.

Ninguno se ha distinguido por ser adinerado o por ostentar un pretendido título mobiliario, como el habanero Caballero de Paris; por ser un deportista o artista famoso, sino por lo curioso de su quehacer, hábito o costumbre llamativa,  y hasta difícil de imitar.

En mi vivencia en esta ciudad recuerdo a muchos, a veces con curiosa nostalgia. Por lo que pueda tener de relación con mi profesión, viene a mi mente uno, quizás no de los más conocidos, pero que era escuchado  con cierta admiración.

Hace unos años, el hombre, mestizo, de mediana estatura y más bien delgado, vestido modestamente, bajaba temprano en la mañana por la céntrica calle de Pío Rosado, rumbo al Paseo Martí, repitiendo fragmentos de discursos. Como iba a paso rápido, a veces no se podía captar bien lo que decía: sólo se percibía el énfasis con que lo hacía.

Al llegar a esa calle, situada  en la parte baja del norte santiaguero,  se encaminaba hasta la cafetería que había en Martí  y Calvario, y allí se tomaba una taza de café, estimulante a esa hora de la mañana, en que el Sol todavía no hacía acto de presencia.

Después de degustar el llamado entonces, “Néctar negro de los dioses blancos”,  salía  a la acera y volvía a la carga. Dejaba a su lado lo que tuviera en la mano, casi siempre una jaba conteniendo periódicos, y sin mirar a nadie, elevaba su  voz  con la fuerza del que cree en lo que está diciendo. Por ejemplo, repitió estas palabras de Fidel Castro, en su discurso por el XX aniversario del ataque al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1973:
“Martí nos enseñó su ardiente patriotismo, su amor apasionado a la libertad, la dignidad y  el decoro del hombre, su repudio al depotismo  y su fe ilimitada en el pueblo. En su prédica revolucionaria estaba el fundamento moral y la legitimidad histórica  de nuestra acción armada. Por eso dijimos que él fue EL AUTOR INTELECTUAL DEL 26 DE JULIO”.

Al llegar a este punto, ya varias personas estaban a su alrededor, entre admirados y sorprendidos, escuchándolo. Nadie sabía su nombre, por eso se me ocurrió llamarlo el Orador Mañanero. La escena se repetía día a día. Parado allí, en la misma esquina, repitiendo  fragmentos de discursos de Fidel.

Y yo me preguntaba cómo podía el recordar largos párrafos de discursos políticos; qué ejercicios mentales le habían dotado de semejante memoria para repetirlos sin equivocarse, porque no tenía apariencia de estudiante ni de profesional.     

Vencido por la curiosidad, un día al concluir su parrafada, se me acerqué y le pregunté cómo podía hacer aquello, y por qué se inspiraba en  discursos de Fidel. El Orador me respondió con una sonrisa, y continuó a su modo: “Compañeros…”.

Desde hace tiempo no lo he vuelto a ver; tampoco sé si vive aún, lo que puedo asegurar  es que hoy me hubiese gustado conversar con ese hombre, que me dijera que cosa es capaz de movilizar la mente y el corazón de  personas como él, para hacer lo que hacía, y que siguiera echándonos
discursos con aquél énfasis mañanero…  

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