El Rincón de Santiago
RAFAEL CARELA RAMOS
Santiago de Cuba acuna en su
seno a personajes singulares; unos más conocidos, otros menos, pero todos marcados por singularidades, que los
hicieron o hacen recordar con agrado por generaciones de santiagueros.
Ninguno se ha distinguido por ser adinerado o por ostentar un pretendido
título mobiliario, como el habanero Caballero de Paris; por ser un deportista o
artista famoso, sino por lo curioso de su quehacer, hábito o costumbre llamativa,
y hasta difícil de imitar.
En mi vivencia en esta ciudad recuerdo a muchos, a veces con curiosa
nostalgia. Por lo que pueda tener de relación con mi profesión, viene a mi mente
uno, quizás no de los más conocidos, pero que era escuchado con cierta admiración.
Hace unos años, el hombre, mestizo, de mediana estatura y más bien
delgado, vestido modestamente, bajaba temprano en la mañana por la céntrica
calle de Pío Rosado, rumbo al Paseo Martí, repitiendo fragmentos de discursos.
Como iba a paso rápido, a veces no se podía captar bien lo que decía: sólo se
percibía el énfasis con que lo hacía.
Al llegar a esa calle, situada en
la parte baja del norte santiaguero, se
encaminaba hasta la cafetería que había en Martí y Calvario, y allí se tomaba una taza de café,
estimulante a esa hora de la mañana, en que el Sol todavía no hacía acto de
presencia.
Después de degustar el llamado entonces, “Néctar negro de los dioses
blancos”, salía a la acera y volvía a la carga. Dejaba a su
lado lo que tuviera en la mano, casi siempre una jaba conteniendo periódicos, y
sin mirar a nadie, elevaba su voz con la fuerza del que cree en lo que está
diciendo. Por ejemplo, repitió estas palabras de Fidel Castro, en su discurso
por el XX aniversario del ataque al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1973:
“Martí nos enseñó su ardiente patriotismo, su amor apasionado a la
libertad, la dignidad y el decoro del
hombre, su repudio al depotismo y su fe
ilimitada en el pueblo. En su prédica revolucionaria estaba el fundamento moral
y la legitimidad histórica de nuestra
acción armada. Por eso dijimos que él fue EL AUTOR INTELECTUAL DEL 26 DE
JULIO”.
Al llegar a este punto, ya varias personas estaban a su alrededor,
entre admirados y sorprendidos, escuchándolo. Nadie sabía su nombre, por eso se
me ocurrió llamarlo el Orador Mañanero. La escena se repetía día a día. Parado
allí, en la misma esquina, repitiendo fragmentos
de discursos de Fidel.
Y yo me preguntaba cómo podía el recordar largos párrafos de discursos
políticos; qué ejercicios mentales le habían dotado de semejante memoria para
repetirlos sin equivocarse, porque no tenía apariencia de estudiante ni de
profesional.
Vencido por la curiosidad, un día al concluir su parrafada, se me
acerqué y le pregunté cómo podía hacer aquello, y por qué se inspiraba en discursos de Fidel. El Orador me respondió
con una sonrisa, y continuó a su modo: “Compañeros…”.
Desde hace tiempo no lo he vuelto a ver; tampoco sé si vive aún, lo
que puedo asegurar es que hoy me hubiese
gustado conversar con ese hombre, que me dijera que cosa es capaz de movilizar
la mente y el corazón de personas como
él, para hacer lo que hacía, y que siguiera echándonos
discursos con aquél énfasis mañanero…
No hay comentarios:
Publicar un comentario